El Gigante, los “demonios”, y “El tigre gris”

(VOVWORLD) - …pasajes verídicos de una novela con escenario y protagonistas reales, escrita con fusiles y audacia durante la guerra contra la ocupación norteamericana en Vietnam. El héroe de este episodio cuenta sus vivencias de una jornada junto a Fidel en Quang Tri, en 1973, durante la histórica visita del Comandante en Jefe a esa región del sur, entonces recién liberada.

Por José Llamos Camejo. Fotos: Tuan Anh y archivo (del libro Un guerrillero antillano en el paralelo 17)

        La vida de Nguyen Minh Ky, ha siso, en parte, muy similar a la de Fidel: una metáfora del bien oponiéndose a la maldad. Minh Ky tuvo que enfrentar enemigos que parecían sobrenaturales. Hombres a los que las balas los impactaban y permanecían de pie: ni sangre, ni heridas, ni una señal de debilidad. A cada impacto reaccionaban como rumiantes, y algo en su interior parecía  trasladarse desde el estómago hasta la boca.

El Gigante, los “demonios”, y “El tigre gris” - ảnh 1 “El Tigre gris” en su hogar de Dong Ha, su ciudad natal, mientras ofrecía testimonio de su encuentro con Fidel.

Expulsaban cuanto proyectil alcanzaba su anatomía. Entonces los mostraban, y hasta permitían que los atemorizados aldeanos echaran un vistazo, para después advertirles: “somos los hombres de Xi Chuon”. 

    ¿Quién era Xi Chuon?, ¿de qué poder estaban dotados sus extraños gendarmes? A la gente les costaba trabajo creer lo que habían presenciado; pero les resultaba imposible negarlo, porque lo vieron con ojos propios. Cada noche se acostaban con el temor de que fuera la última, y al amanecer los avasallaba el mismo presentimiento. Aquellos individuos que irrumpían de súbito en las aldeas, escogidas siempre a su conveniencia, ¿eran enviados de Satanás?

    Llegaban sigilosamente, a cualquier hora, sin que nadie los esperara. Una bayoneta daba cuenta, sin excepción, del primer aldeano en aparecer frente a ellos. Nada de consideración para niños, enfermos, ni ancianos; no les importaba si era un inocente o un desvalido; todos eran sus “objetivos militares”, y no habría diferencia en el trato. En el caso de las mujeres, algunas sufrían otra modalidad de barbarie.

Golpear cabezas con las culatas de sus fusiles, propinar puntapiés, y algún que otro bayonetazo, eran sus modos predilectos de ataque. Casi no disparaban: los  disparos son indiscretos, ruidosos; el adversario podía andar cerca, escucharlo y acudir al lugar de la fechoría. A pesar de sus “poderes satánicos”, los bárbaros rehusaban el combate frontal, por razones, entonces desconocidas. 

    Fieles a esa práctica, solo en la retirada, al finalizar cada acto vandálico, los asaltantes accionaban el gatillo de sus fusiles. Sangre, terror, doncellas ultrajadas, hogares despojados de todo recurso útil; tal era el cuadro que dejaban aquellos vándalos a su paso.

    Casi nunca eran atacados. A veces unos “guerrilleros” se aventuraban a hacerlo en las propias aldeas, y en esos momentos los forajidos exhibían su cualidad “sobrenatural”, haciendo quedar en ridículo al “adversario”, frente los ojos incrédulo de los pobladores. La notoriedad del pelotón fue creciendo; de sus “hazañas” y “potestades diabólicas” se hablaba en todas las aldeas del distrito.

    Durante las noches operaban en la retaguardia de las fuerzas patrióticas, lanzando ataques sorpresivos relámpagos, para luego desparecer de inmediato, sin dar  tiempo a que los agredidos actuaran con eficacia. No eran los únicos; tal vez ni los peores malvados que existían entre las filas gringas y saigonesas, pero empezaban a convertirse en los más temidos.

    Por lógica, casi nadie, y mucho menos Xi Chuon, suponía que sus “poderes” y su pandilla, tenían las horas contadas. Pero una mañana de ese año, el tenebroso pelotón y su jefe, amanecieron literalmente destruidos, tras chocar con un grupo de combatientes de tropas especiales vietnamitas, dirigidas por un comandante de solo19 años de edad.

    Nada de ficción novelesca. Son pasajes de un suceso verídico, con escenario y protagonistas reales. Este capítulo se escribió con fusiles y audacia, en Cam Lo, demarcación de la provincia central de Quang Tri, durante la guerra contra la ocupación norteamericana en Vietnam.              

AL HABLA CON LA LEYENDA

    Medio siglo después, el héroe de aquella historia, el mismo que le diera la bienvenida al Comandante en Jefe en Quang Tri,  me recibe en su hogar de la ciudad de Dong Ha.

Nguyen Minh Ky lideró la operación letal contra la banda Xi Chuon. Ahora tiene setenta y un años, aunque aparenta menos edad. A Thi Kim Xoan, una anciana bondadosa, que se desdobla en atenciones con la visita, la conoció en el frente de guerra, cuando ambos se jugaban la vida. De aquel amor surgió una linda familia.         

    Hablar de este hombre no era el propósito del encuentro, y como tal no lo hicimos. El tema, sin embargo, no deja de llamar la atención en aquella sala, donde hay objetos e imágenes evocadoras de un pasado que asombra. Otras fuentes me llevaron a ese pasado. Y supe que la vida de Minh Ky roza la leyenda.

    Descendiente de comunistas, pareciera que nació con el patriotismo en las venas. La madre fue una activa luchadora contra la ocupación francesa; el padre murió en combate en 1967, enfrentando la agresión norteamericana. Dos de sus tíos también perecieron en esa contienda. La abuela fue reconocida como Madre de Mártires Vietnamitas.

    Cuentan que en la mañana del último día de febrero de 1969, una fuerza comandada por Minh Ky, frenó a un batallón de la Infantería de Marina de los Estados Unidos, en el distrito de Cam Ló. Fue una batalla larga y en extremo violenta.

    A media tarde los agresores registraban ciento veinte bajas, entre muertos y heridos, y habían perdido importantes medios de combate, incluido un poderoso tanque  M-48. Ante la imposibilidad de mantener sus posiciones solicitaron refuerzos.       

    De inmediato entró en acción la fuerza aérea del enemigo, que  reagrupó tanto la infantería como la artillería, e inició un bombardeó furioso contra la sede del Regimiento 27, al que pertenecían Ky y sus compañeros, autores de la paliza a los ocupantes. Las bombas gringas destrozaron a trece soldados vietnamitas que se encontraban en la unidad al producirse el ataque.

    Los restos de los caídos retornaron al día siguiente, en las manos del comandante Minh Ky y otros compatriotas; ellos mismos les dieron sepultura en un panteón colectivo. Años después, Nguyen Minh Ky dio su contribución personal para erigir un monumento a sus hermanos muertos en aquella acción.   

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El Comandante en Jefe en su recorrido por Quang Tri, 15 de septiembre de 1975. 

    Cuando Fidel visitó a Vietnam, en 1973, mi interlocutor fungía como secretario del Comité del Partido en el distrito de Cam Ló, perteneciente a la provincia central de Quang Tri. Entonces tenía 27 años, y ya era un veterano en la guerra. Él se hizo soldado cuando emergía de la adolescencia; sabía de misiones y responsabilidades complejas.

    El Grupo de Reconocimiento, la Policía, la Unión de Jóvenes Comunistas en la comuna de Cam Tuyen, y el Cuerpo Militar de Cam Ló, entre otros, conocieron de las virtudes que el joven oficial había revelado desde que comandaba un pelotón de tropas especiales.

    Combatió en Quang Tri y en la estratégica Carretera Número Nueve, al sur de Laos; una región “erizada” de gringos armados con lo último de su arsenal artillero y de infantería. Aquella era una prueba durísima para los hombres de Nguyen Minh Ky, quienes, sin embargo, devinieron la gran pesadilla de los invasores en ese frente. Aparecían cuando menos el enemigo lo sospechaba; atacaban de súbito y desaparecían como rayos.

EL NACIMIMIENTO DEL “TIGRE GRIS”

Dicen que los norteamericanos temblaban al escuchar el nombre del joven comandante vietnamita que los hostigaba de noche, de madrugada, de día. Sus comandos penetraban en las bases enemigas y las incendiaban; no los dejaban dormir, ni respirar, ni vivir. Matar a Nguyen Minh Ky llegó a ser la obsesión de las fuerzas yanquis.

    Prometieron una recompensa jugosa para quién lo entregara, vivo o muerto. Pero el ofrecimiento no les dio frutos. Entonces los asalariados de Kissinger y su marioneta: Van Thieu, optaron por sustituir con un mote aquel nombre que les ponía la piel de gallina. A Minh Ky empezaron a llamarle “El Tigre Gris de la Ruta Nueve”.

    Fue algo ingenioso del enemigo: establecer un símil entre el felino que siempre toma desprevenida a su presa, y el intrépido combatiente: un cazador de títeres e invasores, que les pintaba los días de gris al profanador de su tierra; que escogía siempre el lugar y el momento precisos para golpear al intruso; que sorprendía y desangraba a la bestia en su propia guarida; que se esfumaba en la selva, después de cada embestida, para luego reaparecer y atacar de nuevo.

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    Terminada la Guerra, reunificado Vietnam, y transcurrido un período de estudio en Hanói, Nguyén Minh Ky asumió otras responsabilidades hasta liderar el Comité Popular de Quang Tri, cargo en el que se mantuvo hasta su jubilación, en el dos mil cinco. Ese es el hombre a quien tengo delante.

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    Después del saludo, llegó la taza de un café, de esos que embriagan con el aroma. Antes del último sorbo mi interlocutor inició la plática: Mi hermano mayor estudió arquitectura en Cuba, desde 1968 hasta  1973. Ya está jubilado, pero aún lo recuerda y lo agradece. Él vio a Fidel primero que yo”.

    — Y usted, ¿cómo recuerda el encuentro con el jefe de la Revolución Cubana?        

    — Lo recibimos sobre las tres de la tarde, en el en el puente de Dong Ha, que  estaba a solo quinientos metros de la sede del Comité Popular de Quang Tri. Los habitantes y milicianos se situaron a lo largo del camino, y coreaban “Fidel, Fidel, Cuba-Vietnam”. Fidel respondía con gestos amistosos, reía, saludada así, con las manos, estaba muy animado.

    “Después nos saludó a todos; tuve el privilegio de estrechar sus manos; allí me di cuenta de que mi estatura, que es  alta comparada con la de mis compatriotas, era pequeña frente a Fidel. Para saludarlo tenía que elevar mi mano, y para ver su rostro casi tenía que empinarme; era un gigante”.

    “Ese día Fidel visitó la sede del Gobierno Provisional de Vietnam del Sur, que estaba situada a doce kilómetros de esta ciudad. En esa etapa Cuba tenía aquí su sede diplomática ante el Frente. El líder cubano estuvo allí. La sede era muy bonita, su construcción demoró solo veinticinco días, trabajando las 24 horas. Allí se exhiben objetos relacionados con la visita del Comandante”.

    — ¿Usted lo acompañó en todo el recorrido por esta provincia?

    — Estuve solo en algunos puntos del recorrido; entre ellos la casa de huésped que lo alojó. Recuerdo que la cama medía un metro y ochenta centímetros, y era muy pequeña para Fidel; hubo que inventar a la carrera una cama adecuada; cuando él lo supo se reía bastante. No consumía comidas lujosas. Andaba todo el tiempo haciendo preguntas; y escuchando.

    — ¿Sobre qué preguntaba?

    — Quería conocer la situación del pueblo, le preocupaba la gente, las pérdidas  que ocasionó la guerra, el saldo de muertos y heridos por explosivos, el número de soldados norteamericanos participantes en la agresión. Fidel compartió el dolor del pueblo vietnamita.

 “En el camino el Comandante vio a una muchacha herida por una mina. Detuvo la caravana, y, ayudado por sus acompañantes y doctores, la recogió, e hizo que un carro de la caravana la llevara hasta un hospital. Ella sobrevivió, aún vive. Él estaba tan impresionado que… en fin, su gesto fue muy conmovedor; una lección para todos nosotros”.

    “Aquí no había árboles, no hubo ciudad ni aldeas intactas. Las construcciones estaban en ruinas, todo quedó destruido. En ninguna otra parte la población sufrió tanto como en Quang Tri, y eso también golpeó al Comandante”, recuerda Minh Ky. “Después de reunirse con dirigentes locales, Fidel visitó un puesto militar que está cerca de donde hoy se ubica el correo de la ciudad”. 

Recuerda que el líder cubano escaló una torre de vigilancia que existía en el enclave; desde lo alto Fidel pudo ver más clara la destrucción; “bajó triste; entonces insistió en la necesidad de velar por la vida del  pueblo, por su seguridad, la alimentación y las condiciones de evacuación. Y cuando se encontró con  nuestros combatientes les dijo que los admiraba mucho por su valor”.

    Esta parte del relato coincide con las vivencias reveladas por el propio Fidel en una de sus reflexiones: “Nos reunimos con jóvenes soldados vietnamitas que se llenaron de gloria en la batalla de Quang Tri.  Serenos, resueltos, curtidos por el sol y la guerra, un ligero tic reflejado en el párpado del capitán del batallón. No se sabe cómo pudieron resistir tantas bombas. Eran dignos de admiración”, refirió el Comandante.

    El propio día 15 de septiembre, el líder cubano llegó a la Colina 241, a 18 kilómetros de Dong Ha, la capital de Quang Tri. Esa colina fue un bastión de las tropas gringas, que luego posesionaron allí a los títeres de Saigón, hasta principios de abril de 1972, cuando, a través de un audaz ataque, los patriotas vietnamitas tomaron la estratégica altura.      

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Otro momento del recorrido del líder cubano por predios de Quang Tri.

                                                           

    La magnitud del destrozo que sufrió Quang Tri en esa contienda bélica se aprecia con mayor claridad desde aquella colina. Fidel pudo aquilatarla otra vez. Y también confirmó el desastre que aquel escenario le reservó a la maquinaria militar de los Estados Unidos.  Medios de combate de todo tipo, destruidos al enemigo, yacían en los alrededores; algunas de esas ruinas aún se conservan.

    Con la bandera del Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur ondeando en sus manos, el Comandante en Jefe  exhortó a mantenerla en alto y  llevarla hasta Saigón. Luego saludó a los soldados. “La presencia del líder cubano aquí, fue un acontecimiento imborrable”, dice Minh Ky.

—    ¿Cómo se manifestó después, el saldo de la visita?

    — De muchas maneras. Creció el número de estudiantes vietnamitas en     Cuba. Aumentó la colaboración de la isla en Vietnam, y específicamente en estas provincias. Pronto en Dong Hoi empezaron a construir el hospital más grande de la región. La institución, en la que igualmente han trabajado doctores cubanos, ha salvado y mejorado la vida del pueblo, durante la guerra y después de ella.

    Ocurrió algo similar con la Ruta Ho Chi Minh, en cuya reparación trabajaron constructores y profesionales cubanos, quienes se ocuparon de arreglar el tramo de Quang Binh a Quang Tri.  Esos y muchos otros aportes se los agradecemos a Cuba y al Comandante.

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    Al despedirme, Nguyen Minh Ky me obsequió una revista. En ella el héroe cuenta episodios de su vida de combatiente, y explica los “poderes…”, el origen y el final de Xi Chuon y sus hombres.

   Ocurrió que, en la primavera de 1967, se supo que casi todas las mañanas el forajido y sus huestes solían tomar el curso del río hasta un punto próximo a la Colina 52. Otras veces se desplazaban por un sector de la Carretera Nueve, para desde allí cañonear posiciones de los patriotas en la orilla opuesta del río.

    La madrugada era joven cuando el Comandante Minh Ky dispuso el avance de los hombres bajo su mando. Tomaron posición sigilosamente. Estuvieron dos días a la espera del escurridizo enemigo; y nada; no aparecía. Además de “brujos”, ¿también eran adivinos?, ¿detectarían la presencia del “Tigre Gris” en la zona?         

    Dos días, dos noches, dos madrugadas. ¿Cuántas más tendrán que esperar los hombres de Ky, sin desesperarse? Por suerte – y no para Chuon–, su pandilla irrumpió desde la Carretera Nueve, poco antes del amanecer de la tercera jornada en vigilia.

    Minh Ky permaneció en calma; dejó avanzar a los gendarmes hasta el punto más conveniente para darles la “bienvenida”. Y a una señal… atacaron. En segundos los “demonios” se vieron en el infierno: de proyectiles. Unos trataban de huir y el fuego los abatía por los flancos; otros entraron en terrenos minados. Habían caído en la trampa. La tenebrosa historia llegaba a su fin.

    ¿Un milagro?, ¿cómo fue que esta vez los disparos sí penetraron en la anatomía de los enviados de Satanás?

    Se trataba de individuos cuyos rasgos físicos no les eran ajenos a los lugareños. Fueron reclutados por los títeres de Saigón en algunas aldeas de la etnia Van Kieu, siguiendo indicaciones del mando norteamericano, con el propósito de que integraran comandos de fuerzas especiales expertos en sabotajes y acciones contrainsurgentes.

    Asesores militares de los Estados Unidos se ocuparon de prepararlos en Phu Bai, un enclave militar ubicado en la aledaña provincia de Thue Thuan Hue. El pelotón se identificaba con el nombre de su cabecilla: Xi Chuon. Eran sujetos ágiles, de complexión física fuerte, y conocedores del terreno. Los habían adiestrado bien; sus armas eran ligeras, pero potentes y muy eficaces.  De aquella base, salieron listos para cometer todo tipo de atrocidades, para sembrar el miedo y la confusión entre los aldeanos, y hostigar a las guerrillas del Frente Nacional de Liberación. Algunas veces, al finalizar sus incursiones a las aldeas, eran “sorprendidos” por fuerzas “contrarias”.

    Pero los ataques en realidad eran simulaciones montadas con balas desprovistas de material  explosivo, y rellenadas con cera. De ese “teatro” se encargaban otros miembros de la pandilla, quienes hacían los disparos cuando ya sus blancos tenían colocados detrás de los dientes esos proyectiles inofensivos. Abrían la boca al detonar los fusiles, y arrojaban el material oculto.

    Los aldeanos creían que aquello era magia negra, y los “magos” pensaron que su truco funcionaría con “El tigre gris”. La jugada les salió mal. El héroe vietnamita, una vez recibida la orden, elaboró el plan y lo puso en práctica. Sobre el campo de batalla quedaron tendidos diecinueve enemigos. Igual cantidad de ametralladoras Thompson, de fabricación norteamericana, y una pistola de idéntica procedencia, pasaron a manos de los patriotas.

     Dicen que de ese episodio todavía se habla en Cam Ló, y más aún de su héroe: Minh Ky, un vietnamita que posee –y no por casualidad– títulos honoríficos y distinciones: diecisiete veces ha sido condecorado. Fue a la guerra para salvar a su patria; pero es un hombre de paz; y es muy generoso.

    Más de una vez ha sacrificado parte de su salario en favor de los huérfanos y los enfermos de guerra. Dicen que lo han visto llorar ante la tumba de los trece compañeros del Regimiento 27. Él confiesa que no contuvo las lágrimas cuando supo que Fidel había muerto: “Sentí que había perdido a un miembro de mi familia. Por mi mente pasaron sus grandes aportes, sus méritos, su sacrificio. Recordé sus palabras en la Colina 241; allí dijo que llevaba esta tierra en el corazón. Ningún líder de otro país amó, respetó y apoyó tanto a nuestro pueblo como Fidel. Su gesto noble quedó para siempre en el corazón de Vietnam”.

    Visitarlo en Dong Ha, la ciudad cabecera de su natal Quang Tri; escuchar sus memorias durante más de noventa minutos, asomarme a su lucha, al pasado, a la historia de este héroe vietnamita, convirtió en certeza la presunción inicial:  La vida de Nguyen Minh Ky, como la de Fidel, es una metáfora del bien oponiéndose a la maldad.

  (CONTINUARÁ)

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