Palabras de Fidel en Vietnam, los adjetivos de una relación ejemplar

Por José Llamos Camejo (exclusivo para La Voz de Vietnam)



Cuentan que su voz afilada y febril retumbó aquella noche, que derramó jirones de afecto en cada palabra, mientras con su mirada limpia rastreaba los rostros de sus anfitriones: Le Duan, Truong Chinh, Pham Van Dong, Vo Nguyen Giap… Casi al final del discurso Fidel levantó su copa, y brindó “por la eterna e indestructible amistad de los pueblos de Vietnam y Cuba”.

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 Fidel, al encuentro con el primer ministro Pham Van Dong en su residencia en Hanoi en septiembre de 1973 (imagen de archivo de Cubadebate)

Dicen que horas antes, al filo del mediodía del 12 de septiembre de 1973, al arribar por primera vez a suelo anamita, el sol era intenso y el calor sofocante; y sin embargo la calidez del multitudinario recibimiento superaba los treinta grados Celsius que el termómetro registró.

Pueblo adentro, a lo largo de diez kilómetros, el Comandante intercambió saludos, sonrisas, recibió expresiones de afecto, y, según expresó después, ”en cada hombre y mujer, en cada joven y anciano, en cada niño”, vio a “un héroe de la resistencia patriótica, de la lucha por la salvación nacional, a un forjador de la victoria contra la guerra imperialista”.

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El comedor del hogar del Tío Ho, un testimonio de austeridad.

En la noche, durante la recepción que les ofrecían el Partido de los Trabajadores y el Gobierno de la República Democrática de Vietnam, Fidel evocó “a los miles y miles de vietnamitas que dieron la vida por la patria”. En los gestos y en el tono acerado de sus palabras, el líder cubano destiló gratitud infinita hacia los héroes y mártires vietnamitas, “ellos no solo lucharon por Vietnam, lucharon también por los demás pueblos del mundo…por nuestro propio pueblo”.

Confesó que “Vietnam ha sido para nosotros un ejemplo y un aliento”, y reconoció en Ho Chi Minh a un firme y decidido defensor de la unidad de las fuerzas progresistas y revolucionarias de todo el mundo”, en cuya vida, pensamiento político y concepción táctica y estratégica, “todos los pueblos oprimidos tienen una riquísima fuente de sabiduría y de conocimiento para poder abordar sus propios problemas”.


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El entorno de la vivienda revela el apego del Tío Ho a la naturaleza.

No es difícil imaginar la indignación y el dolor que adquirió la voz de Fidel, cuando se refirió a las noticias que llegaban de Chile: un golpe de estado contra el Gobierno de la Unidad Popular, “a estas horas no se tienen noticias exactas de la suerte del presidente Allende, no se sabe si vive o si está muerto”, dijo, y denunció los ataques a la Embajada de Cuba en el país suramericano y a un barco mercante cubano en aguas internacionales, por elementos de las Fuerzas Armadas Chilenas.

Al día siguiente Fidel, acompañado por Pham Van Dong, se dirigió al que fuera el último hogar donde Ho Chi Minh residió y falleció el 2 de septiembre de 1969. Construida muy cerca del Palacio presidencial, cuando las bombas yanquis llovían sobre Hanói, la casa resume a primera vista, la austeridad de una vida consagrada por entero a su patria y al pueblo.


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Otro ángulo de la casa del fundador de la nación anamita.

Conmovido tal vez, casi seguro, salió Fidel de aquel sitio veteado de naturaleza y leyenda, donde se respira tanta nobleza. Sus cuidadores, en pura y justa lealtad, siguen alimentando los peces que alimentaba el Tío Ho en el espejo de agua aledaño al recinto, donde  el fundador de la nación anamita solía contemplar los atardeceres.

Desde allí el Comandante se trasladó hasta el Museo del Ejército Popular de Vietnam, donde tuvo lugar un animado intercambio entre dos verdaderos maestros del arte militar: Fidel y Giap, auxiliados por una maqueta,  examinaron detalles de la batalla de Dien Bien Phu, cuyo nombre identifica el sello que el héroe vietnamita colocó en el pecho de su interlocutor, al finalizar el encuentro.


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Fidel en el  Museo del Ejército Popular de Vietnam; Giap le coloca el sello Combatientes de Dien Bien Phu.  (imagen tomada de INTERNET).

Los recuerdos perduran cuarenta y tres años después. Somos dos pueblos situados “en las antípodas”, como dijera el Tío Ho: “cuando uno duerme el otro está despierto”, acaso para cuidarnos los sueños.  “¡Siempre es de día en el campo de las ideas revolucionarias!”; lo sentenció aquella noche Fidel, cuando, desde la altura de su voz afilada y febril, retrató con dos adjetivos, la hermandad entre Cuba y Vietnam: eterna e indestructible.

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Mario Muñoz Mendoza

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